lunes, 7 de diciembre de 2009

Una golosina por un beso 16 semanas después

Una golosina no puede faltar
en la semana de la dulzura.
Intentaré amainar con bravura,
con estas líneas, con estos versos,
tus momentos más adversos
y que renazca tu locura.


Con ciertos aires de incógnita
una carta en tu buzón han dejado.
Saber quien soy no será complicado,
sorprender está en mi naturaleza.
Busco desperezar tu belleza,
la Blancanieves que han acorralado.


Dos hermanas Mamá me dio
y repetir era una felonía;
Dártela en mano yo quería,
los intentos ni al blanco acertaron
Sólo una opción me dejaron
aunque parezca una sosería.


No me detendré con las rimas,
pues ocupan todos los rincones;
cariño agitan a borbotones
dispuestas a arrancarte una sonrisa;
“una locura” sentenciarás de prisa,
"La depresión no se toma vacaciones."


Igualita, como el ave Fénix,
estás resurgiendo de las cenizas,
malherida, hecha trizas,
caíste abajo como ninguna;
quedaste sola mirando la Luna,
sin saber adonde pisas.


Todos sufrimos del corazón
y regamos la tierra con llanto,
más no conozco ningún canto
que de la esperanza no haya nacido.
Muy bien lo sabes, tu has podido
sobrevivir al viento del espanto.


En estás líneas yo deseo
romper en pedacitos tu tristeza,
revelar que tu alegría y tu belleza
siguen intactas en algún lado
a cubierta del ladino viento helado
que las puso en jaque con destreza


Quiero derribar tus barricadas,
rellenar las trincheras cavadas,
liberar la conexión que tenemos,
salvaguardarte de lo que daño te hizo.
Volver a improvisar aquel hechizo
que un día nos conjuró sin quererlo


La magia se fugó de una galera
y en nuestra mesa cayó esa noche;
fue tan natural, no hubo un reproche.
¡En absoluto, todo lo contrario!
destrozó la estadía en solitario
de tu angustia acostumbrada al derroche


Los miedos te juegan sucio.
saben que están por perecer;
un sueño va a renacer
si te dejas llevar por tus huesos.
Muere sólo en aquellos besos
que te hacen estremecer.


De temer y sufrir estás harta,
tus ojos buscan una salida;
mis manos sanarán tus heridas,
te cubrirán de caricias y abrazos,
uniré con besos los pedazos
y regresarás a la vida


Los mejores versos quería,
escribir lo que mi corazón gritaba,
la mejor frase necesitaba,
pero no lograba un pulcro acomodo;
no hubo forma, no hubo modo,
de razonar el sentimiento que escapaba.


Especulé con términos y rimas,
mi mente fue botín de incoherencias,
acabé prisionero de las consecuencias
Con que las frases golpean mi genio;
debí poner considerable ingenio
para renovar mi paciencia


Cuando mi alma fue auténtica,
cuando fue libre y se dejó llevar,
sólo en ese instante pudo clamar
palabras que dijo contenta.
Las escribió sin darse cuenta,
sin arrepentirse… sin pensar


Un lugar del papel conquistaron
y al final de este verso quedaron.
Te lo aseguro, con ellas no difiero,
jamás tendrán un sabor rancio.
Mi boca las repetiría hasta el cansancio:
“Chiquita… Ojitos… TE QUIERO”

Y mucho.

martes, 3 de noviembre de 2009

Tengo ganas...

Tengo ganas de regalarte una canción que con su melodía sólo pueda acariciarte.
Tengo ganas de regalarte una cena sin platos, sin copas, sin manteles, con tu sombra decorando el parquet.
Tengo ganas de regalarte un verde jardín donde tus Ojitos jugueteen con ternura como sólo ellos saben hacerlo.
Tengo ganas de regalarte un cielo con nubes aún más suaves que el deslizar de tu voz en el aire.
Tengo ganas de regalarte un viento que ame arrasar con todas tus dudas.
Tengo ganas de regalarte un abrazo con un tremendo poder antitristeza.
Tengo ganas de regalarte un caramelo relleno de verdades incompletas.
Tengo ganas de regalarte miradas hasta sentir que ya no estoy donde debería estar sino donde quiero estar.
Tengo ganas de regalarte un murmullo para que se enrede en tu cuello hasta erizarte el bello.
Tengo ganas de regalarte el encierro más libre.
Tengo ganas de regalarte unos zapatos que sepan encontrar mi camino cuando te pierdas en la oscuridad de los otros caminos.
Tengo ganas de regalarte un sueño para que respires su realidad a diario.
Tengo ganas de regalarte un rompecabezas completo de sólo dos piezas.
Tengo ganas de regalarte un deseo ferviente para saciarlo con otro deseo ferviente.
Tengo ganas de regalarte un miedo y destruirlo frente a tus ojos para demostrarte que no son inmortales.
Tengo ganas de regalarte un cuento que nunca puedas terminar de leer.
Tengo ganas de regalarte ideas locas y delirios cuerdos.
Tengo ganas de regalarte suspiros para que los atajes con tu respirar.
Tengo ganas de regalarte un montón de la nada y nada del montón.

Tengo ganas de regalarte un beso. Si, un solo beso (¿para qué más?), y de inmediato clavarle una estaca en el corazón al tiempo para que abandone su absurdo pestañar.

Pero hay algo mas que quiero regalarte. Algo que me da más ganas, muchas, muchísimas más ganas que todas la anteriores.
¿Sabés que es?

Tengo ganas de hablarte de mis ganas al oído.
Y acabo de hacerlo.

sábado, 19 de septiembre de 2009

Carta 6: Signos

Una incógnita. Aún lo eres, y lo serás hasta el último suspiro. Pensándolo bien, si estás o no, si vas o vienes, a estas alturas no lo se. Sólo te imagino subida al punto como si fuese la rueda de un equilibrista, pero sin rodar. Quietita ahí, arriba, mirándome, quizás preguntándome cosas que jamás escucharé. ¿Y el signo? ¿Quién sabe? Tal vez eres tu, pero no lo veo. Contigo nunca podré ser objetivo.
Una sombra me toca el hombro, pero no quiero darme vuelta. ¿Miedo? ¡Jamás! Ya aprendí que ser valiente no sale tan caro.
Tras mucho pensar (que gran mentiroso soy) giro rápidamente. Mi sorpresa, sorprendida, ve lo inesperado. Frente a mi, un signo de admiración me sonríe. (Para serles sincero, no se donde se ubica esa sonrisa. Al fin y al cabo es un palito flaquito, sin muchos ornamentos. Sin dudas, un gran fracaso para cualquier diseñador).
De pronto, un viento fantástico abre las ventanas de mi cabeza ¡Qué gran idea! ¡Me subiré a su punto para alcanzarte! ¿Alcanzarte? Una ilusión más. Una más por ti.

viernes, 18 de septiembre de 2009

Sonidos (y vida)

Suena perfecto a abismo infinito,
a eterno vuelo.
Sin pies, sin alas.
Sólo a abismo.

Suena perfecto a viento feroz,
a frío seco.
Sin techos, sin sombreros.
Sólo a viento.

Suena perfecto a vino tinto,
a intenso deleite.
Sin copas, sin velas.
Sólo a vino.

Suena perfecto a tiempo muerto,
a espera infructuosa.
Sin ecos, sin silencios.
Sólo a tiempo.

Suena perfecto a campana aguda,
a hora puntual.
Sin golpes, sin bamboleos.
Sólo a campana.

Suena perfecto a religión fecunda,
a salmo prodigioso.
Sin pecados, sin confesión.
Sólo a religión.

Suena perfecto a océano sereno,
a espuma blanca.
Sin altamar, sin pleamar.
Sólo a océano.

Suena perfecto a letra contínua,
a tinteros agotados.
Sin preguntas, sin respuestas.
Sólo a letra.

Suena perfecto a mate amargo,
a galletas de queso.
Sin sillas, sin termos.
Sólo a mate.

Suena perfecto a negro intenso,
a oscuridad brillante.
Sin rojos, sin azules.
Sólo a negro.

Suena perfecto a mente ingeniosa,
a inteligencia sustancial.
Sin sumas, sin restas.
Sólo a mente.

Suena perfecto a susurro angelical,
a voz hipnótica.
Sin miedos, sin demoras.
Sólo a susurros.

Todo suena perfecto.
A abismos, a vientos,
a vinos, a tiempos,
a campanas, a océanos,
a religiones, a negros,
a mates, a letras,
a mentes, a susurros.

Todo suena perfecto

Como antes de nacer.
Como después de conocerte.
Como antes de morir.
Como después de conocerte.

Es así, Ojitos. Con vos acá todo suena perfecto

jueves, 6 de agosto de 2009

No pierdas más tiempo

A pura resaca resisto el vendaval que empuja ferozmente tu puerta contra el marco. Si logra vencerme no voy a dejar que otra vez me apriete los dedos (no otra vez!).
Como pirañas, mil y un cerrojos se relamen hambrientos de prisión. Por ahora, el reloj no se excede en puntualidad y continúa saltando de número en número, pero sigue llevando una filosa tijera en sus manecillas. Busca cortar la gruesísima cuerda que mantiene de pie a mi paciencia. Y está cerca. Muy cerca... Demasiado.
¿Mi paciencia? Luce preocupada. Debiera sacarle una foto, pues en contadísimas ocasiones he visto tanta preocupación en su semblante. Sus rodillas se codean, sus hombros se arquean peor que sus cejas y su nariz moquea gastados aires de melancolía.

Grietas aquí y allá. Goteras. Amaneceres repetidos. Moribundas ideas que caminan famélicas por las calles manchadas de polvo y aceite de los suburbios de mi mente. Antiguas fantasías tapizan las paredes como publicidades obvias y estúpidas. Ríos de tinta roja y azul, que aceptan y respetan mutuamente su individual existencia, ruedan hacia las alcantarillas hacia las mismas cañerías subterráneas que desagotaron a hace muchísimo tiempo (ayer) inmensos lagos negros de agua podrida.
Todo está muy próximo al desastre, a la liberación, a la sucesión de palabras filosas y sedientas de tu carne. Y no quiero eso. No lo quiero porque saben nadar muy bien hacia las profundidades del dolor. Saben de puntos débiles y de como encontrarlos.

El vendaval aumenta y tu corazón en punto muerto. El futuro luce desconcertado al ver diversos destinos sacando número en la recepción. Sólo Dios sabe como terminará esto.
¿Qué dije? ¿Dios? ¡Error! Dios está en la cola.
El diablo sabrá entonces ¡Mierda! El mismísimo también ha sacado número.

No pierdas más tiempo.
La ruleta comienza a girar. La bola brinca satírica.
¿Qué número saldrá? ¿Colorado o negro?
Por primera vez deseo al verde cero.

No pierdas más tiempo.
Murmura lo que haya que murmurar.
Escucha lo que tengas que escuchar.

No pierdas más tiempo.
Observa lo que haya que observar.
Golpea lo que haya que golpear.

Vos hablarás. Yo escucharé.
Yo hablaré. Vos escucharás.
Ambos pensaremos (siempre será así...).
Simplemente. Completamente.

No pierdas más tiempo.
No permitas que la noche te sorprenda sin faroles encendidos.

domingo, 2 de agosto de 2009

Mi reina

Se instala en el trono como los gorriones se refugian en su nido. Es pilla; sabe que aquí tendrá larga vida. Sabe que en este reino no habrá una influencia mayor que la suya. Sabe que es la joya menos preciada pero la que más se admira, quizás por su quietud, quizás por su cruel bondad, tal vez porque es la teta que más me ha dado de mamar a lo largo de toda mi existencia.

Sabe de dagas que no se detienen ante nada y que cortan hasta los huesos.
Sabe de miserias, de tormentas placenteras y de placeres tormentosos, que pueden aparecen sin despeinarse uno a continuación del otro y sucederse hasta alcanzar los extremos más insoportables.
Sabe de risas que duelen y de dolores que ríen.
Sabe de silencios ruidosos y de ruidos silenciosos.
Sabe de lágrimas saladas, y de algunas pocas dulces.
Sabe de pasos que se acercan, pero más sabe de pasos que se van.
Sabe de manos que te toman y de pies que te patean, de ojos que ven demasiado y de ojos que se ciegan cuando el reloj yace puntual.
Sabe de bocas que besan tiernas y de bocas que lamen venenos con frenesí.
Sabe de dientes que acarician y de muelas que aprietan hasta romperse.
Sabe mucho, muchísimo, de todo… tanto que de todo no sabe nada.

Pero lo más impresionante no es su sabiduría, sino su paciencia, que se renueva día tras día, noche tras noche sin una sola lágrima luciéndose al sol. Una paciencia que rompe fronteras y que ha llegado a los límites más insospechados. Ha roto tantas veces las barreras cuando las alarmas se revolvían locas en su cueva y anunciaban el paso del ferrocarril… En esas ocasiones, gusta de cruzar las vías con mi cuello bajo las axilas y se sume en una excitación bravía que parece despertarle mi mente. O me hace inhalar y exhalar clavos y ganchos, que caen bañados de una sangre tan roja como su alfombra, y como allí todo es lo mismo, aquel líquido se confunde con las pelusas que deja su taco real al caminar sobre ella. (Sus botas tienen agujas ¿cómo podría herirnos sino cuando sus pies se hunden en nuestra cara?)
No hay victoria consolidada porque no hay ninguna guerra que haya terminado (ni de hombres ni de mundos). Todas son minúsculas batallas que le dan forma a una historia que tampoco tendrá fin. Y no seamos ilusos: siempre estaremos abajo en el score. Siempre encontrará la manera de sorprendernos y bajarnos la guardia en la celebración del triunfo de alguna cruzada.

¿Podrá algún día terminar con serenidad a nuestro favor?
Si tuviera esa respuesta, preferiría no seguir viviendo.

martes, 28 de julio de 2009

Derrumbe

Y los ojos se abrieron.
Y la cama me abrigó.
Y las sábanas me cubrieron la nariz.
Y los ojos.
Y la frente.
Y el frío me atacó.
Y las piernas se plegaron.
Y los ojos se cerraron.

Y en el silencio aulló.
Y lo escuché muy cerca.
Y los hombros se alzaron.
Y los párpados se arrugaron.
Y los pies se impresionaron.
(Junto a ellos estaba)
Y los ojos se abrieron.

Y el calor me asoló la piel.
Y la garganta se secó.
Y la lengua recorrió los dientes.
Y la nariz respiró muy fuerte
(Por allí quiso colarse)
Y la cabeza sacudió la almohada.
Y la oreja quedó aislada.
Y los ojos se cerraron.

Y una picazón en la pierna.
Y una molestia en la frente
Y un pliegue cortante en la ropa
Y una picazón en el brazo.
Y un golpazo en la mente
Y los ojos se abrieron.

Y los brazos se levantaron.
Y las sábanas me descubrieron.
Y el alivio me abrazó.
Y me mimó.
Y me mordió.
Y sangré rojo intenso.
Y los brazos se levantaron.
Y las sábanas me abrigaron.
Y los ojos se cerraron.

Y (te) soñé.
Y (te) pensé.
Y (te) imaginé
Y (te) odié.
Y (te) besé.
Y (te) volví a bendecir.
(Volvió a intentar invadirme)
Y gemí.
Y los ojos se abrieron.

Y oí varias palabras.
Y oí a las letras desordenadas.
Y jugué a descubrir tu sombra.
Y gané.
Y un ruido brotó de la cama.
(Bramó, entonces, tan fuerte)
Y sangré rojo intenso.
Y jugué a redescubrir tu sombra.
Y perdí.
Y los ojos se cerraron.

Y el frío me congeló los pies.
Y los dedos me dolieron.
Y el pliegue de la sábana cortó otra vez
Y volví a sangrar.
Y fue azul.
Y fue revelador.
(Hasta él se sorprendió)
¿Y de que reino?
Y no hubo respuesta
Y los ojos se abrieron.

Y la oscuridad amainó
Y hasta se compadeció.
Y me ofreció una tregua por esa noche.
Y yo la rechacé.
Y el polvo apareció por doquier.
Y todo se sacudió intenso e infame.
Y los ojos se cerraron

Y la nariz se obstruyó.
Y la boca se enlodó.
Y los oídos se taponaron.
Y las manos se contaminaron.
Y los pies se ensuciaron.
Y los atroces de pedazos caían.
Y herían sin piedad.
Y los ojos se abrieron.

Y todo fue como antes.
(— ¿Como antes? ¡Avisen! —dijo)
Y todo fue como antes.
(— ¡Como antes no! —dije)
Y los ojos se cerraron.

Y todo fue como antes de tu cielo.
Y de tu infierno.
Y de tu dedos.
Y del suave ulular de tu voz.

Y me dormí.
(¿Con los ojos abiertos?)
(¿Con los ojos cerrados?)
(Con los ojos vigías, esperándote)

Me la tengo merecida

Me la tengo merecida,
porque siempre jugarla de estratega,
por siempre escapar por la tangente

Me la tengo merecida,
porque siempre lograr esquivar el flechazo
embebido en amor cuando venía hacia mí

Me la tengo merecida,
por siempre iluso, por siempre ingenuo,
por idealizar ideales sin ideal

Me la tengo merecida,
porque la felicidad jamás asomará
por demasiado tiempo en mi balcón

Me la tengo merecida,
por siempre terco, por siempre perseverante,
por el imbécil insistir en lo efímero

Me la tengo merecida,
por pretender un peón comer a la reina
y jaquematear la corona en la misma jugada.

Me la tengo merecida,
por jugar otra vez al amor
sin hojear siquiera el reglamento.
(Si nunca supiste jugar bien a eso...)

Me la tengo merecida,
porque siempre serás una burbuja
que alucina con su resplandecer
y explota al rozar la palma de mi mano.

Estoy llorando por vos.
Pero no te preocupes,
porque me la tengo merecida

lunes, 1 de junio de 2009

Carta 4: La espera

Hola:
Intenté tres o cuatro veces hablar por teléfono con vos no se dio. Quería saber como estás de ánimo, de tu salud y saber como te fue en ese examen tan importante.
Bueno… nada más…
Saludos y cuidate


P.D.: ¿Nada más? ¿A quien quiero engañar? Hubo un día en el que rompí las cadenas y me di cuenta que no hay que esperar a que las cosas sucedan. Entonces, fui a una florería, compré una flor roja, y la entregué de la manera más dulce que se me ocurrió. Había decidido abrir de una vez mi corazón sin pensar en lo que sería de él, sin pensar en las heridas futuras ni en las cicatrices anteriores.
Me paré en su puerta y ella, muy agradecida y halagada por mi repentino obsequio, me hizo pasar al hall de su casa. Allí hablamos (alegres) un poco, ser rió (hermosa) un poco, disfrutó (sincera) otro poco, y con sus ojos me convenció de que la esperara. Me dijo que tenía algunas cosas que hacer, que tenía que resolver asuntos propios de cualquier vida activa y que volvería enseguida. Dio la vuelta y desapareció tras una puerta.

Su hall tiene un tamaño mediano: no es ancho pero si bastante largo. Las paredes son blancas, el techo púrpura, y a un par de metros de la entrada principal cuelga una lámpara de papel. Su luz, suave y brillante, coincide con la personalidad de su voz. Sobre las paredes, varios adornitos hacen muy agradable el sitio. Un sillón negro se encuentra apostado en un costado esperando que dos cuerpos se sienten y se trencen en cualquier placer: una charla, un abrazo, una pasión. Del otro lado, un espejo cuelga de la pared y tiene un pequeño estante en la base. Sobre el mismo, descansa un sobre blanco. Mis ojos, siempre tan curiosos, notan que en su interior un objeto forma un bulto circular justo en el centro del sobre. ¿Qué será? Por un momento, me tenté a revisarlo, pero casi inmediatamente deseché la idea. “Es de ella, no tienes derecho a revisar sus cosas”.
Unas puertas se muestran en lo que sería el fondo del hall. Cinco en total, dispuestas simétricas en forma de letra U, es decir, dos sobre la pared derecha, dos sobre la pared izquierda y una de frente. Todas de madera y tan blancas como las paredes. Sin dudas, conducen a distintas sectores de la casa.
Muy decidido a aguardar su regreso, comencé a caminar lentamente a lo largo y a lo ancho de todo el hall, armando mentalmente —y recorriéndolos— caminos rectos, caminos sinuosos, y combinando ambos, pero sin dejar ni por un segundo de caminar. Al principio, mis pasos eran tranquilos y amenos, pero se fueron poniendo fastidiosos y enérgicos a medida que los días pasaban y ella no volvía. La paciencia es una virtud que me caracteriza, pero la quietud no. No sé quedarme quieto en un lugar, y menos si se trata de esperar y no desesperar. Lo mismo con la curiosidad: cada vez que pasaba frente al espejo, le observaba un nuevo detalle al sobre: un nuevo pliegue, una nueva e ínfima mancha, una nueva marca.

Pasaron ya un par de semanas. Mis piernas reclaman descanso; me siento en el sillón. Como dije, es negro y mucho más cómodo de lo que se ve a simple vista, y tiene la capacidad para que tres personas se sienten sin molestarse entre sí. Ocupé el medio y reservé los costados para ella. Desde aquí, el hall se ve aún más confortable. El sobre ahora lo veo de perfil, y por reflejo del espejo, el bulto toma una forma más redonda. Incluso puedo descubrir pliegues nuevos y manchas nuevas. Mi mano se alza; mi mente reprocha el movimiento: “no, no lo abrirás”.
Un poco aburrido, observo las puertas. Las cuento una vez más: tres, cuatro, cinco. ¡Cinco puertas! ¿Adonde conducirán? Lugares cálidos y confortables se dibujan en mi mente tras cada una de ellas. Tras aquella, una cocina amplia y muy luminosa, con una extensa mesada donde amasa y realiza la preparación de todas esas cosas tan ricas que sabe cocinar. Tras aquella otra, una habitación que con una cama de dos plazas con dos mesitas de luz apostadas como granaderos a los costados. Sobre ellas, dos fotos, anillos y collares varios y un velador color blanco. A un costado de la habitación, un cómodo vestidor guarda su ropa y sus zapatos (incontables) y contiene la impaciencia que cada prenda emana al desear tomar contacto con su piel. Tras aquella otra…

Ha pasado un mes y medio. Ni noticias de ella: ni una voz que augure su pronta llegada, o un ruido que haga de migaja y pueda alimentar al menos vagamente el hambre de mi espera. Sigo sentado en el sillón negro. Sigo ocupando el mismo espacio: el medio.
El estante del espejo vuelve a ofrecerme el sobre. El tiempo que llevo de espera lo hizo más grande y más tentador. Como si ella estuviera escondida dentro, me levanto y lo recojo. ¡Esta vez no puedo resistir la tentación!
El sobre está abierto. La curiosidad, ansiosa, se abalanza sobre mis dedos y lo abren. El bulto resultó ser una rosa blanca, y con ella, también hay un papel. Saco la flor y la miro: es muy linda pero me resulta conocida. Sin prestarle mucha más atención, la dejo sobre el sillón, a mi derecha, en el sitio reservado para ella y vuelvo a abrir el sobre en busca del papel. Pertenecía a un cuaderno cuadriculado y está doblado en dos por la exacta mitad. Algo hay escrito en su interior porque se nota el relieve del trazo de letras manuscritas. Otra vez, la curiosidad muerde mis dedos y despliega el papel. Nada de lo que allí está escrito me sorprende; todo lo que se describe me es muy conocido. Algo decepcionado, cierro el papel y lo apoyo sobre el costado izquierdo del sillón que reservé para ella.

Casi dos meses han pasado y todavía no ha regresado. De verdad, nunca me molestó esperar si siento que algo vale la pena y, en este caso, quizás sea así porque lo poco que he compartido a su lado fue estupendo; además, soy de los que reviven diariamente las cosas lindas que le suceden y las mantienen, así, latentes y a flor de piel.
Me reacomodo en el sillón porque mi trasero hace evidente que ya no es tan cómodo como los primeros días. Apoyo la cabeza sobre el borde del respaldo y quedo mirando hacia arriba; fijé la mirada en el techo. "¿Qué le diré apenas vuelva?"... "Siempre me gustó el púrpura, sabías?", o "las lámparas colgantes de papel le dan hulmidad y simpleza a cualquier habitación", o podría ser un cortito y nunca tan verdadero "i wish you were here..."
Por ahora me quedaré aquí… sentado… mirando las puertas cada tanto, contándolas hasta el hartazgo… con una rosa blanca a mi derecha… y una carta a mi izquierda…


El sol pega con fuerza en mi rostro y me despierta. ¡Me he quedado dormido! ¿Dónde estoy? Frente a mí, el escritorio y el monitor de mi PC. Mi casa respira cotidianeidad a mis espadas. A mi derecha, una rosa blanca decora una vela aromática de cera. A mi izquierda, letras y más letras bailotean en una hoja cuadriculada de mi cuaderno.

Mi sueño y mi realidad se miran cómplices y se guiñan un ojo. Sólo ellos saben que la flor, hasta hace unos días, tenía como destino final morir en tu corazón, y que las letras del papel son las mismas que estás leyendo en este momento.

Para mi, tan sólo le dan una imagen a mi espera y forma a la post-data más extensa que he escrito en mi vida.

sábado, 2 de mayo de 2009

Esta historia que...

Esta luz que deslumbra a contramano
Esta historia que rodea la niebla al anochecer
Esta escalera que sube y llega hasta abajo
Este viento huracanado que no sabe demoler

Este veneno que no daña ni con sobredosis
Este remedio que cura, en un instante, la soledad
Estas frases que mueren por morir en tus oídos
Esta puerta que se cierra y se abre, sin razones, sin piedad

Esta cuerda que me vuelve tan loco
Este cuento que no sabe como acabar
Esta copa que se emborracha de tu sudor
Esta vida que te ha salido a buscar


Estos ojos que se ciegan cuando te ven
Esta lengua que aborrece de otras lenguas
Estos labios que te besan para evitar la sed
Esta nariz que sólo respira de tu piel

Este manual de instrucciones escrito en tu idioma
Esta voz que rebota y se pierde por ahí
Estos susurros que escapan de vergüenza idiota
Estos gritos de amor que se asustan porque sí

Estos brazos que no abrazan ni el aire por serte fiel
Estas manos que se desorientan en otras curvas
Estos dedos que sin tu pelo se anudan solitarios
Estas uñas que crecen limpias sin arañar tu miel


Este invierno que me mata con su calor
Este otoño que ignora la caída de sus hojas
Este verano que quema con su frialdad
Esta primavera que ya entregó su rosa roja

Este barco que olvidó su brújula en tus ojos
Este coche en llantas ronroneando frente a tu garaje
Este avión sin combustible que le pide pista a tu alma
Este tren sin más estaciones que tu terminal

Este sol que amanece en la costumbre
Esta estrella que se apaga si no te ve
Esta luna que se ilusiona con tu bandera
Este planeta que gira por la fuerza de su fé

lunes, 20 de abril de 2009

Ando ganas

Me atacaron por sorpresa. Aprovecharon que estaba durmiendo en mi cama y me golpearon con una fuerza sobrehumana. Yo estaba dormido, pero no soñaba (costumbre, quizás). Se aparecieron paradas frente a mi lecho y me sacudieron como una manta tras un largo día de picnic.
Terribles en su accionar, me obligaron a levantarme y a sentarme en la compu para escribirte este mensaje. Salvajes como un león africano, no permitieron que me resista ni que inicie alguna defensa por mi supervivencia e hicieron lo peor que me pueden hacer para que me sienta el más indefenso: bloquearme mentalmente. Ronco de voz, les dije que vos seguramente estarías con tu familia, o con amigos y que eres libre de hacer lo que quieras, pero no quieren escucharme. Están dispuestas a todo. ¡Qué sinvergüenzas! ¿A vos te parece?

(Ahora que están discutiendo entre ellas, voy a aprovechar para decirte por lo bajo que esto va en serio. Sus voces trasmiten un fanatismo similar al religioso, ese mismo que no conoce de límites. Te lo advierto: a ellas no les importa si vos podés o estás con otras cosas, pero a mi si. No quiero molestarte o que sientas que ellas te fuerzan a hacer algo que vos no querés… ¡Uy! Ahí me miran de nuevo).

No me quedan opciones. ¡Me obligan a hacerlo! Ellas están aquí observando cada palabra que escribo, tachándome frases y corrigiendo algún mal tipeo (faltas de ortografía por suerte casi no tengo), y ante cada remoloneo intencional me amenazan con una golpiza si no escribo sus deseos.
Disculpame, pero no puedo más resistir más. Que sea lo que Dios quiera.

"Ando ganas de encontrarte"

jueves, 16 de abril de 2009

Mil me esperanzan

¿Cuántos sordos han podido oír rodar los suaves susurros que deslizamos por nuestras pieles en cada instante que compartimos?
¿Cuántos ciegos han podido ver la estela luminosa que nuestras almas dejaban al elevarse hacia el tierno cielo de las caricias?
¿Cuántos mudos han podido emitir sólo un gemido al ver cómo nuestras bocas emigraban hacia la tierra prometida, la tierra de los sueños más profundos?

¿Ninguno?... ¿Uno?... ¿Cien?… ¿Mil?...

Ninguno me sofoca.
Uno no me alcanza.
Cien me ahogan.
Mil me esperanzan.


¿Cuántas veces sentimos el sudor resbalando como un fresco manantial cordillerano?
¿Cuántas veces el viento pretendió quebrar las redes pegajosas que nos envolvieron?
¿Cuántas veces el tiempo se aburrió de esperarnos y se puso a tejer crochet como una anciana centenaria esperando la muerte?
¿Cuántas veces tus ojos rompieron los cristales burlones que apresaban a mis dudas?
¿Cuántas veces te quebraste en un tierno suspiro que se clavó en mi corazón como una flecha indígena manchada del veneno más maravilloso que pueda existir?
¿Cuántas veces soplaste ferozmente ráfagas de frío polar sobre las cáscaras de mi caparazón harto ya de ocultar amor como si fuera el pecado más infame del mundo?
¿Cuántas veces la soledad buscó seducirte con su insensible rostro de niña bonita?

¿Ninguna?... ¿Una?... ¿Cien?... ¿Mil?...

Ninguna me sofoca.
Una no me alcanza.
Cien me ahogan.
Mil me esperanzan.


¿Cuántas vidas hubiera esperado para verte llegar así de estupenda y que pisotees con tanta autoridad a las mercenarias malas mañas que jugaban conmigo?
¿Cuántas muertes disfrutaste sin alcanzarla verdaderamente?
¿Cuántas vidas hubieras esperado por morir así de fácil, así de valiente?

Ninguna me sofoca.
Una no me alcanza.
Cien me ahogan.
Mil me esperanzan.

domingo, 29 de marzo de 2009

Sólo una rosa roja

Sólo una rosa roja,
como un universo inmortal
que absorbe hasta el tiempo.

Sólo una rosa roja,
como símbolo de cariño único,
de belleza intrépida.

Sólo una rosa roja,
como una espada afilada
por la ternura de tus ojos.

Sólo una rosa roja,
como la del Principito
que resplandecía en su asteroide.

Sólo una rosa roja,
como el aroma seductor
de tu piel amaneciendo

Sólo una rosa roja,
inquietándolo todo,
inmovilizándolo todo.

Para ti, sólo eso.
Todo eso.

Sólo una rosa roja.

domingo, 8 de marzo de 2009

Carta 1: Tú, la incógnita

Viernes 6 de Marzo, 23hs. Tú, gran incógnita, acabas de convertirte en un héroe para mi alma. No solo pudiste arrancarme una sonrisa, sino que liberaste los deseos de escribirte que mi corazón venía acumulando desde muchos días atrás. Esos deseos se relamían cada vez más hambrientos y miraban de reojo a mi amante más tentadora e irresistible: mi lapicera Bic negra. Pero mi mente, astuta, los mantenía dominados con el recuerdo del momento en que vos me dijiste, como al pasar, “no te olvides que enseño Matemáticas y Física. Me domina la lógica”. ”¿Lógica, estrategia, cálculo, todas caras de tu moneda?”, repetía constantemente. Y de esa única pregunta mi mente siempre obtenía una única respuesta: “Bienvenida al ´Club de los Corazones que Piensan que Piensan´”.
Pero no sudes. El objetivo de esta carta no es nombrarte miembro honorífico de tan extraño Club ni citarte para sacarte la foto para la renovación del carnet, sino liberar esas locas ganas que se sacuden dentro de mí y esperar que no cometan un sincericidio por el que termine escondido debajo de la cama con el rabo entre las piernas para no volver a asomar el hocico hasta que el sol bendiga un nuevo día.

Una gran incógnita. Eso eres desde que te conocí. ¿Las razones? Tres o cuatro; pocas, pero si vieras cuan fuertes se muestran… Han pasado apenas (¿apenas?) tres semanas y pico desde la única vez que compartimos un mismo tiempo y he recopilado a lo largo de todos estos días algunas “cosas” casuales (¿casuales?) que me sucedieron contigo y que alimentaron esa incógnita en la que te has convertido. Si me explayara sobre cada una de ellas, me pasaría casi dos días escribiendo (el acto en sí no lo odiaría porque estoy descubriendo que el verbo “escribir” se asemeja cada día más al de “vivir”), por lo que sólo me referiré a las tres razones que más me inquietan.

La primera razón es la noche que te conocí. Tan estupenda como inesperada, aquella maravillosa noche de miércoles quedará grabada en mi mente por mucho tiempo. Y en mi corazón por algo más de tiempo... unos 4576 años para ser más exactos...

Para contarte la segunda razón tengo que calzarme obligadamente el traje de la Honorable Comisión del Club arriba mencionado. Analizando tu actitud en los primeros días y comparándola con la de estos últimos, no dudo un instante en que el disfraz de incógnita te queda a medida. Tu (casi casi) desaparición repentina me desorientó y tuvo un doble mágico efecto: fue un cinturón perfecto para tu disfraz, y un gran alimento para una imaginación como la mía que, cada vez que puede, viaja a velocidades realmente asombrosas.

La tercera razón es la más reciente. Ocurrió hoy, pero para que la entiendas bien, estoy obligado a un breve preludio.
Mi semana de trabajo fue realmente espantosa: llena de fantasmas, de preocupaciones, de discusiones y de segundos que no paraban de rasgarme la piel. Llegué a la tarde del viernes totalmente fuera del mundo, y hasta queriéndome desterrar del mío. Con mi ánimo cotizando peor que la Bolsa de los Estados Unidos en los últimos días, fui a mi bar, ese que esconde mis musas en algún rincón ignoto de la penúltima mesa de la ventana, dispuesto a charlar con la primera que se sentara conmigo. Como nunca —y nunca mejor dicho el "como nunca"—, rogaba que mi fiel amante me diera un poco de amor al crear una frase que deje en mis labios al menos un breve sabor a gloria.
Y la esperé. Juro que la esperé, y que no pensaba discriminar a ninguna musa por más ingenua que me pareciese cuando la viera llegar, pero hasta ellas estaban dispuestas a dejarme solo. Luego de dos horas y media allí, me fui, intempestivamente, olvidando que mi vuelto llegaría de un momento a otro; (más luego, al darme cuenta, supuse que la moza se habrá puesto contenta por mi propina de $2,50).
Deambulé por el barrio un rato, y cuando mi paciencia se impacientaba emprendí el regreso a mi casa. Al llegar prendí el monitor y puse algo de música lenta para que las melodías muten en termitas y terminen de astillar las muletas sobre las que mi ánimo se sostenía. Fui a la cocina, llené de agua la pava y la coloqué sobre la hornalla; pocos minutos después, insulto mediante, la encendí.
La música bailoteaba en el ambiente logrando el efecto deseado. "La primera cosa que me sale bien esta semana", pensé irónico. Mientras una parte de mi mente se torturaba con los malos recuerdos laborales, la otra parte cantaba a duo con Bono “With or without you”. En el medio, un desagradable sonido vibró y quebró la sinergia musical: era el inconfundible ruido de alguien hablando por el MSN. Fastidiado, me acerqué a la PC y vi una ventanita anaranjada resplandeciendo en la barra del Windows. El mouse recibió un gran sopapo. La ventana se abrió y en su interior aparecieron unas letras delgadas y rosas que formaban un simple “hola”.
Eras vos. Y para mi, fueron cuatro letras que me devolvieron inmediatamente la vida.

Confieso mi “pecado”. Acabo de releer lo último escrito y me di cuenta que la última frase suena un poco exagerada. “Para mi fueron cuatro letras que me devolvieron la vida”. Utilizando la lógica del Club, es cierto… si, suena a mucho para tan poca historia, pero ¿por qué engañarme? Cuando escribo busco permanentemente y con vehemencia acercarme a lo que mi corazón recita en su imparable galope. Además, ambos sabemos cuanto nos sabe a bendición cuando alguien que sentimos cercano en medio de una caída nos tiende la mano. Mi ánimo rodaba sin piedad escaleras abajo y vos, hoy, al abrir mi ventana y teclear esas cuatro letras, me tendiste esa mano que necesitaba… Y te volviste a disfrazar de incógnita.

Para terminar, quisiera decirte que ojalá pronto tengas un tiempo y podamos salir un rato a tomar mate por ahí, o quizá volver a sentarnos en la mesa de un bar frente a un tipo aferrado a una guitarra que valientemente le pide temas a los clientes y luego canta los pocos que ha estudiado. En esa próxima ocasión, prometo que no iremos a un bar donde pasen en pantalla gigante dibujitos violentos que puedan distraer la bella luz que tus ojos despilfarran. Y no es capricho. Enfocar correctamente esa luz es clave para poder encontrarte, porque se muy bien que encontrarte servirá, simplemente, para volver a encontrarme.

domingo, 1 de marzo de 2009

Sobre una estrella que nunca se ocultará

La noche se desplegaba al alcance de mi imaginación detrás del amplio vidrio del ómnibus. En un cielo perfectamente negro, infinitos puntos luminosos parecían advertirnos sobre la pequeñez de quienes nos atrevemos a observarlo. Allí te busqué sin contemplaciones, pero no pude encontrarte en ninguna estrella porque te descubrí en el brillo de todas (¡Química!). Cada punto blanco intenso apuntaba a mi memoria, y ella, obediente, recordó aquella noche inmensa donde nuestros ojos fueron dóciles a lo que ordenaba el corazón (¡Química!). Supimos recostados sobre aquel banco de plaza que todas estaban allí esperándote… esperándome… esperándonos.
Cada brillo invitaba a regodearse con el placer que sólo ofrece lo sincero y lo espontáneo (¡Química!). No hubo mentiras ni trucos, porque todos ellos fueron bien engañados por la astucia de nuestros intactos deseos de vivir, de crear algo tangible, algo real que conserve eternamente el fugaz sabor de lo irreal (¡Química!). Necesitábamos fantasear con ilusiones que no lograran despertar ni con el más mordaz de los pellizcos. Supimos —y aún lo sabemos, no te engañes— que estos sueños querían desperezarse y gritarle al mundo que aún estaban vivos y que nada lograría callarlos.

Pero todo aquello terminó abruptamente. Una espuma procaz e inmoral invadió tu alma, despabiló a la lógica y desorientó al corazón que balconeaba en tus ojos cuando recitó muy serena “dos más dos es cuatro” (¡Matemáticas!). Y así como el instinto te hizo libre aquella noche, la espuma logró apresarte y desarticular todos los planes que habías trazado. Logró que las estructuras que temblaban se aquieten, que las mieles que te di se agrien, y que todo lo que anidé tiernamente en ti se haga añicos; desalojó a mis ojos de tus ojos y a mis besos de tus besos. Lo poco que quedaba de mi se deslizó húmedo y salado por tu nariz como un chico travieso en un tobogán, se colgó de tu boca ---necesitaba un instante más para descubrir la verdad, y lo logró (¡Química!)--- para luego caer, sin remedio, al vacío. Astuta e implacable, la espuma te envolvió de la cabeza a los pies.

Fue la espuma... (¡la espuma!)… la traslúcida, la antigua. Picaresca, utilizando los caminos de la indecencia que tu piel añoraba (¡Física!) hizo crepitar las palabras que sólo tu lógica podía creer (¡Matemáticas!), logrando maniatar a tu corazón a la silla del cuarto de servicios. Supo como encantarte con viejas melodías, aunque todos sepamos a estas alturas que no sabe de otras distintas. La espuma, como es espuma, es volátil como la pluma (¡Física!). Suavizó tu piel y desaparecerá cuando los vientos bufen rutina, justo cuando el límite tienda a infinito (¡Matemáticas!).

Los sueños son besos de irrealidad (¡Química!), son las utopías de un mundo cobarde que jamás permitirá que lo contradigan. Sé que esta página apenas acaba de comenzar a escribirse. Y también sé que el muro prepotente del blanco no podrá sobrevivir al ataque de las letras que impertérritas vienen marchando. Pálido y silencioso, las observará acercarse. Y sólo podrá hacer eso: observar, porque sabe perfectamente que nunca logrará salir airoso cuando la vida sale decidida a morir por un sueño.

Tú sabes Matemáticas y Física.
Yo te enseñaré Química.