domingo, 2 de agosto de 2009

Mi reina

Se instala en el trono como los gorriones se refugian en su nido. Es pilla; sabe que aquí tendrá larga vida. Sabe que en este reino no habrá una influencia mayor que la suya. Sabe que es la joya menos preciada pero la que más se admira, quizás por su quietud, quizás por su cruel bondad, tal vez porque es la teta que más me ha dado de mamar a lo largo de toda mi existencia.

Sabe de dagas que no se detienen ante nada y que cortan hasta los huesos.
Sabe de miserias, de tormentas placenteras y de placeres tormentosos, que pueden aparecen sin despeinarse uno a continuación del otro y sucederse hasta alcanzar los extremos más insoportables.
Sabe de risas que duelen y de dolores que ríen.
Sabe de silencios ruidosos y de ruidos silenciosos.
Sabe de lágrimas saladas, y de algunas pocas dulces.
Sabe de pasos que se acercan, pero más sabe de pasos que se van.
Sabe de manos que te toman y de pies que te patean, de ojos que ven demasiado y de ojos que se ciegan cuando el reloj yace puntual.
Sabe de bocas que besan tiernas y de bocas que lamen venenos con frenesí.
Sabe de dientes que acarician y de muelas que aprietan hasta romperse.
Sabe mucho, muchísimo, de todo… tanto que de todo no sabe nada.

Pero lo más impresionante no es su sabiduría, sino su paciencia, que se renueva día tras día, noche tras noche sin una sola lágrima luciéndose al sol. Una paciencia que rompe fronteras y que ha llegado a los límites más insospechados. Ha roto tantas veces las barreras cuando las alarmas se revolvían locas en su cueva y anunciaban el paso del ferrocarril… En esas ocasiones, gusta de cruzar las vías con mi cuello bajo las axilas y se sume en una excitación bravía que parece despertarle mi mente. O me hace inhalar y exhalar clavos y ganchos, que caen bañados de una sangre tan roja como su alfombra, y como allí todo es lo mismo, aquel líquido se confunde con las pelusas que deja su taco real al caminar sobre ella. (Sus botas tienen agujas ¿cómo podría herirnos sino cuando sus pies se hunden en nuestra cara?)
No hay victoria consolidada porque no hay ninguna guerra que haya terminado (ni de hombres ni de mundos). Todas son minúsculas batallas que le dan forma a una historia que tampoco tendrá fin. Y no seamos ilusos: siempre estaremos abajo en el score. Siempre encontrará la manera de sorprendernos y bajarnos la guardia en la celebración del triunfo de alguna cruzada.

¿Podrá algún día terminar con serenidad a nuestro favor?
Si tuviera esa respuesta, preferiría no seguir viviendo.

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