domingo, 29 de marzo de 2009

Sólo una rosa roja

Sólo una rosa roja,
como un universo inmortal
que absorbe hasta el tiempo.

Sólo una rosa roja,
como símbolo de cariño único,
de belleza intrépida.

Sólo una rosa roja,
como una espada afilada
por la ternura de tus ojos.

Sólo una rosa roja,
como la del Principito
que resplandecía en su asteroide.

Sólo una rosa roja,
como el aroma seductor
de tu piel amaneciendo

Sólo una rosa roja,
inquietándolo todo,
inmovilizándolo todo.

Para ti, sólo eso.
Todo eso.

Sólo una rosa roja.

domingo, 8 de marzo de 2009

Carta 1: Tú, la incógnita

Viernes 6 de Marzo, 23hs. Tú, gran incógnita, acabas de convertirte en un héroe para mi alma. No solo pudiste arrancarme una sonrisa, sino que liberaste los deseos de escribirte que mi corazón venía acumulando desde muchos días atrás. Esos deseos se relamían cada vez más hambrientos y miraban de reojo a mi amante más tentadora e irresistible: mi lapicera Bic negra. Pero mi mente, astuta, los mantenía dominados con el recuerdo del momento en que vos me dijiste, como al pasar, “no te olvides que enseño Matemáticas y Física. Me domina la lógica”. ”¿Lógica, estrategia, cálculo, todas caras de tu moneda?”, repetía constantemente. Y de esa única pregunta mi mente siempre obtenía una única respuesta: “Bienvenida al ´Club de los Corazones que Piensan que Piensan´”.
Pero no sudes. El objetivo de esta carta no es nombrarte miembro honorífico de tan extraño Club ni citarte para sacarte la foto para la renovación del carnet, sino liberar esas locas ganas que se sacuden dentro de mí y esperar que no cometan un sincericidio por el que termine escondido debajo de la cama con el rabo entre las piernas para no volver a asomar el hocico hasta que el sol bendiga un nuevo día.

Una gran incógnita. Eso eres desde que te conocí. ¿Las razones? Tres o cuatro; pocas, pero si vieras cuan fuertes se muestran… Han pasado apenas (¿apenas?) tres semanas y pico desde la única vez que compartimos un mismo tiempo y he recopilado a lo largo de todos estos días algunas “cosas” casuales (¿casuales?) que me sucedieron contigo y que alimentaron esa incógnita en la que te has convertido. Si me explayara sobre cada una de ellas, me pasaría casi dos días escribiendo (el acto en sí no lo odiaría porque estoy descubriendo que el verbo “escribir” se asemeja cada día más al de “vivir”), por lo que sólo me referiré a las tres razones que más me inquietan.

La primera razón es la noche que te conocí. Tan estupenda como inesperada, aquella maravillosa noche de miércoles quedará grabada en mi mente por mucho tiempo. Y en mi corazón por algo más de tiempo... unos 4576 años para ser más exactos...

Para contarte la segunda razón tengo que calzarme obligadamente el traje de la Honorable Comisión del Club arriba mencionado. Analizando tu actitud en los primeros días y comparándola con la de estos últimos, no dudo un instante en que el disfraz de incógnita te queda a medida. Tu (casi casi) desaparición repentina me desorientó y tuvo un doble mágico efecto: fue un cinturón perfecto para tu disfraz, y un gran alimento para una imaginación como la mía que, cada vez que puede, viaja a velocidades realmente asombrosas.

La tercera razón es la más reciente. Ocurrió hoy, pero para que la entiendas bien, estoy obligado a un breve preludio.
Mi semana de trabajo fue realmente espantosa: llena de fantasmas, de preocupaciones, de discusiones y de segundos que no paraban de rasgarme la piel. Llegué a la tarde del viernes totalmente fuera del mundo, y hasta queriéndome desterrar del mío. Con mi ánimo cotizando peor que la Bolsa de los Estados Unidos en los últimos días, fui a mi bar, ese que esconde mis musas en algún rincón ignoto de la penúltima mesa de la ventana, dispuesto a charlar con la primera que se sentara conmigo. Como nunca —y nunca mejor dicho el "como nunca"—, rogaba que mi fiel amante me diera un poco de amor al crear una frase que deje en mis labios al menos un breve sabor a gloria.
Y la esperé. Juro que la esperé, y que no pensaba discriminar a ninguna musa por más ingenua que me pareciese cuando la viera llegar, pero hasta ellas estaban dispuestas a dejarme solo. Luego de dos horas y media allí, me fui, intempestivamente, olvidando que mi vuelto llegaría de un momento a otro; (más luego, al darme cuenta, supuse que la moza se habrá puesto contenta por mi propina de $2,50).
Deambulé por el barrio un rato, y cuando mi paciencia se impacientaba emprendí el regreso a mi casa. Al llegar prendí el monitor y puse algo de música lenta para que las melodías muten en termitas y terminen de astillar las muletas sobre las que mi ánimo se sostenía. Fui a la cocina, llené de agua la pava y la coloqué sobre la hornalla; pocos minutos después, insulto mediante, la encendí.
La música bailoteaba en el ambiente logrando el efecto deseado. "La primera cosa que me sale bien esta semana", pensé irónico. Mientras una parte de mi mente se torturaba con los malos recuerdos laborales, la otra parte cantaba a duo con Bono “With or without you”. En el medio, un desagradable sonido vibró y quebró la sinergia musical: era el inconfundible ruido de alguien hablando por el MSN. Fastidiado, me acerqué a la PC y vi una ventanita anaranjada resplandeciendo en la barra del Windows. El mouse recibió un gran sopapo. La ventana se abrió y en su interior aparecieron unas letras delgadas y rosas que formaban un simple “hola”.
Eras vos. Y para mi, fueron cuatro letras que me devolvieron inmediatamente la vida.

Confieso mi “pecado”. Acabo de releer lo último escrito y me di cuenta que la última frase suena un poco exagerada. “Para mi fueron cuatro letras que me devolvieron la vida”. Utilizando la lógica del Club, es cierto… si, suena a mucho para tan poca historia, pero ¿por qué engañarme? Cuando escribo busco permanentemente y con vehemencia acercarme a lo que mi corazón recita en su imparable galope. Además, ambos sabemos cuanto nos sabe a bendición cuando alguien que sentimos cercano en medio de una caída nos tiende la mano. Mi ánimo rodaba sin piedad escaleras abajo y vos, hoy, al abrir mi ventana y teclear esas cuatro letras, me tendiste esa mano que necesitaba… Y te volviste a disfrazar de incógnita.

Para terminar, quisiera decirte que ojalá pronto tengas un tiempo y podamos salir un rato a tomar mate por ahí, o quizá volver a sentarnos en la mesa de un bar frente a un tipo aferrado a una guitarra que valientemente le pide temas a los clientes y luego canta los pocos que ha estudiado. En esa próxima ocasión, prometo que no iremos a un bar donde pasen en pantalla gigante dibujitos violentos que puedan distraer la bella luz que tus ojos despilfarran. Y no es capricho. Enfocar correctamente esa luz es clave para poder encontrarte, porque se muy bien que encontrarte servirá, simplemente, para volver a encontrarme.

domingo, 1 de marzo de 2009

Sobre una estrella que nunca se ocultará

La noche se desplegaba al alcance de mi imaginación detrás del amplio vidrio del ómnibus. En un cielo perfectamente negro, infinitos puntos luminosos parecían advertirnos sobre la pequeñez de quienes nos atrevemos a observarlo. Allí te busqué sin contemplaciones, pero no pude encontrarte en ninguna estrella porque te descubrí en el brillo de todas (¡Química!). Cada punto blanco intenso apuntaba a mi memoria, y ella, obediente, recordó aquella noche inmensa donde nuestros ojos fueron dóciles a lo que ordenaba el corazón (¡Química!). Supimos recostados sobre aquel banco de plaza que todas estaban allí esperándote… esperándome… esperándonos.
Cada brillo invitaba a regodearse con el placer que sólo ofrece lo sincero y lo espontáneo (¡Química!). No hubo mentiras ni trucos, porque todos ellos fueron bien engañados por la astucia de nuestros intactos deseos de vivir, de crear algo tangible, algo real que conserve eternamente el fugaz sabor de lo irreal (¡Química!). Necesitábamos fantasear con ilusiones que no lograran despertar ni con el más mordaz de los pellizcos. Supimos —y aún lo sabemos, no te engañes— que estos sueños querían desperezarse y gritarle al mundo que aún estaban vivos y que nada lograría callarlos.

Pero todo aquello terminó abruptamente. Una espuma procaz e inmoral invadió tu alma, despabiló a la lógica y desorientó al corazón que balconeaba en tus ojos cuando recitó muy serena “dos más dos es cuatro” (¡Matemáticas!). Y así como el instinto te hizo libre aquella noche, la espuma logró apresarte y desarticular todos los planes que habías trazado. Logró que las estructuras que temblaban se aquieten, que las mieles que te di se agrien, y que todo lo que anidé tiernamente en ti se haga añicos; desalojó a mis ojos de tus ojos y a mis besos de tus besos. Lo poco que quedaba de mi se deslizó húmedo y salado por tu nariz como un chico travieso en un tobogán, se colgó de tu boca ---necesitaba un instante más para descubrir la verdad, y lo logró (¡Química!)--- para luego caer, sin remedio, al vacío. Astuta e implacable, la espuma te envolvió de la cabeza a los pies.

Fue la espuma... (¡la espuma!)… la traslúcida, la antigua. Picaresca, utilizando los caminos de la indecencia que tu piel añoraba (¡Física!) hizo crepitar las palabras que sólo tu lógica podía creer (¡Matemáticas!), logrando maniatar a tu corazón a la silla del cuarto de servicios. Supo como encantarte con viejas melodías, aunque todos sepamos a estas alturas que no sabe de otras distintas. La espuma, como es espuma, es volátil como la pluma (¡Física!). Suavizó tu piel y desaparecerá cuando los vientos bufen rutina, justo cuando el límite tienda a infinito (¡Matemáticas!).

Los sueños son besos de irrealidad (¡Química!), son las utopías de un mundo cobarde que jamás permitirá que lo contradigan. Sé que esta página apenas acaba de comenzar a escribirse. Y también sé que el muro prepotente del blanco no podrá sobrevivir al ataque de las letras que impertérritas vienen marchando. Pálido y silencioso, las observará acercarse. Y sólo podrá hacer eso: observar, porque sabe perfectamente que nunca logrará salir airoso cuando la vida sale decidida a morir por un sueño.

Tú sabes Matemáticas y Física.
Yo te enseñaré Química.