lunes, 1 de junio de 2009

Carta 4: La espera

Hola:
Intenté tres o cuatro veces hablar por teléfono con vos no se dio. Quería saber como estás de ánimo, de tu salud y saber como te fue en ese examen tan importante.
Bueno… nada más…
Saludos y cuidate


P.D.: ¿Nada más? ¿A quien quiero engañar? Hubo un día en el que rompí las cadenas y me di cuenta que no hay que esperar a que las cosas sucedan. Entonces, fui a una florería, compré una flor roja, y la entregué de la manera más dulce que se me ocurrió. Había decidido abrir de una vez mi corazón sin pensar en lo que sería de él, sin pensar en las heridas futuras ni en las cicatrices anteriores.
Me paré en su puerta y ella, muy agradecida y halagada por mi repentino obsequio, me hizo pasar al hall de su casa. Allí hablamos (alegres) un poco, ser rió (hermosa) un poco, disfrutó (sincera) otro poco, y con sus ojos me convenció de que la esperara. Me dijo que tenía algunas cosas que hacer, que tenía que resolver asuntos propios de cualquier vida activa y que volvería enseguida. Dio la vuelta y desapareció tras una puerta.

Su hall tiene un tamaño mediano: no es ancho pero si bastante largo. Las paredes son blancas, el techo púrpura, y a un par de metros de la entrada principal cuelga una lámpara de papel. Su luz, suave y brillante, coincide con la personalidad de su voz. Sobre las paredes, varios adornitos hacen muy agradable el sitio. Un sillón negro se encuentra apostado en un costado esperando que dos cuerpos se sienten y se trencen en cualquier placer: una charla, un abrazo, una pasión. Del otro lado, un espejo cuelga de la pared y tiene un pequeño estante en la base. Sobre el mismo, descansa un sobre blanco. Mis ojos, siempre tan curiosos, notan que en su interior un objeto forma un bulto circular justo en el centro del sobre. ¿Qué será? Por un momento, me tenté a revisarlo, pero casi inmediatamente deseché la idea. “Es de ella, no tienes derecho a revisar sus cosas”.
Unas puertas se muestran en lo que sería el fondo del hall. Cinco en total, dispuestas simétricas en forma de letra U, es decir, dos sobre la pared derecha, dos sobre la pared izquierda y una de frente. Todas de madera y tan blancas como las paredes. Sin dudas, conducen a distintas sectores de la casa.
Muy decidido a aguardar su regreso, comencé a caminar lentamente a lo largo y a lo ancho de todo el hall, armando mentalmente —y recorriéndolos— caminos rectos, caminos sinuosos, y combinando ambos, pero sin dejar ni por un segundo de caminar. Al principio, mis pasos eran tranquilos y amenos, pero se fueron poniendo fastidiosos y enérgicos a medida que los días pasaban y ella no volvía. La paciencia es una virtud que me caracteriza, pero la quietud no. No sé quedarme quieto en un lugar, y menos si se trata de esperar y no desesperar. Lo mismo con la curiosidad: cada vez que pasaba frente al espejo, le observaba un nuevo detalle al sobre: un nuevo pliegue, una nueva e ínfima mancha, una nueva marca.

Pasaron ya un par de semanas. Mis piernas reclaman descanso; me siento en el sillón. Como dije, es negro y mucho más cómodo de lo que se ve a simple vista, y tiene la capacidad para que tres personas se sienten sin molestarse entre sí. Ocupé el medio y reservé los costados para ella. Desde aquí, el hall se ve aún más confortable. El sobre ahora lo veo de perfil, y por reflejo del espejo, el bulto toma una forma más redonda. Incluso puedo descubrir pliegues nuevos y manchas nuevas. Mi mano se alza; mi mente reprocha el movimiento: “no, no lo abrirás”.
Un poco aburrido, observo las puertas. Las cuento una vez más: tres, cuatro, cinco. ¡Cinco puertas! ¿Adonde conducirán? Lugares cálidos y confortables se dibujan en mi mente tras cada una de ellas. Tras aquella, una cocina amplia y muy luminosa, con una extensa mesada donde amasa y realiza la preparación de todas esas cosas tan ricas que sabe cocinar. Tras aquella otra, una habitación que con una cama de dos plazas con dos mesitas de luz apostadas como granaderos a los costados. Sobre ellas, dos fotos, anillos y collares varios y un velador color blanco. A un costado de la habitación, un cómodo vestidor guarda su ropa y sus zapatos (incontables) y contiene la impaciencia que cada prenda emana al desear tomar contacto con su piel. Tras aquella otra…

Ha pasado un mes y medio. Ni noticias de ella: ni una voz que augure su pronta llegada, o un ruido que haga de migaja y pueda alimentar al menos vagamente el hambre de mi espera. Sigo sentado en el sillón negro. Sigo ocupando el mismo espacio: el medio.
El estante del espejo vuelve a ofrecerme el sobre. El tiempo que llevo de espera lo hizo más grande y más tentador. Como si ella estuviera escondida dentro, me levanto y lo recojo. ¡Esta vez no puedo resistir la tentación!
El sobre está abierto. La curiosidad, ansiosa, se abalanza sobre mis dedos y lo abren. El bulto resultó ser una rosa blanca, y con ella, también hay un papel. Saco la flor y la miro: es muy linda pero me resulta conocida. Sin prestarle mucha más atención, la dejo sobre el sillón, a mi derecha, en el sitio reservado para ella y vuelvo a abrir el sobre en busca del papel. Pertenecía a un cuaderno cuadriculado y está doblado en dos por la exacta mitad. Algo hay escrito en su interior porque se nota el relieve del trazo de letras manuscritas. Otra vez, la curiosidad muerde mis dedos y despliega el papel. Nada de lo que allí está escrito me sorprende; todo lo que se describe me es muy conocido. Algo decepcionado, cierro el papel y lo apoyo sobre el costado izquierdo del sillón que reservé para ella.

Casi dos meses han pasado y todavía no ha regresado. De verdad, nunca me molestó esperar si siento que algo vale la pena y, en este caso, quizás sea así porque lo poco que he compartido a su lado fue estupendo; además, soy de los que reviven diariamente las cosas lindas que le suceden y las mantienen, así, latentes y a flor de piel.
Me reacomodo en el sillón porque mi trasero hace evidente que ya no es tan cómodo como los primeros días. Apoyo la cabeza sobre el borde del respaldo y quedo mirando hacia arriba; fijé la mirada en el techo. "¿Qué le diré apenas vuelva?"... "Siempre me gustó el púrpura, sabías?", o "las lámparas colgantes de papel le dan hulmidad y simpleza a cualquier habitación", o podría ser un cortito y nunca tan verdadero "i wish you were here..."
Por ahora me quedaré aquí… sentado… mirando las puertas cada tanto, contándolas hasta el hartazgo… con una rosa blanca a mi derecha… y una carta a mi izquierda…


El sol pega con fuerza en mi rostro y me despierta. ¡Me he quedado dormido! ¿Dónde estoy? Frente a mí, el escritorio y el monitor de mi PC. Mi casa respira cotidianeidad a mis espadas. A mi derecha, una rosa blanca decora una vela aromática de cera. A mi izquierda, letras y más letras bailotean en una hoja cuadriculada de mi cuaderno.

Mi sueño y mi realidad se miran cómplices y se guiñan un ojo. Sólo ellos saben que la flor, hasta hace unos días, tenía como destino final morir en tu corazón, y que las letras del papel son las mismas que estás leyendo en este momento.

Para mi, tan sólo le dan una imagen a mi espera y forma a la post-data más extensa que he escrito en mi vida.